La feroz persecución de Ortega para perpetuarse
Las palabras del fallecido comandante Tomás Borge, oscuro y temido personaje de la revolución sandinista de Nicaragua, parecen hoy salidas de una sombría profecía. Daniel Ortega recién se había instalado de nuevo en el poder en 2007, cuando Borge sentenció: “Todo puede pasar aquí, menos que el Frente Sandinista pierda el poder… cueste lo que cueste”. Y el coste ha sido alto, con una estrategia política de tierra arrasada, en la que el exguerrillero sandinista nacido de la lucha contra la dictadura de Somoza está dispuesto a eliminar a cualquier adversario o acallar todo tipo de disidencia. Ortega se ha instalado en la represión y la persecución política para mantener el poder en el país centroamericano, a través del control del aparato de justicia, eficiente a la hora de levantar casos contra los opositores; la instrumentalización de la Asamblea Nacional, a sus órdenes para aprobar leyes que criminalicen la crítica y, sobre todo, su dominio sobre la Policía Nacional, el órgano represivo del régimen. “Eliminar toda candidatura, toda oposición, es el objetivo de una dictadura en agonía. Por eso recurre a la represión masiva. Nada le ha funcionado”, ha dicho Dora María Téllez, exguerrillera sandinista, otrora compañera de armas de Ortega y hoy voz crítica desde la oposición, detenida el domingo en Managua.
No es que Ortega haya jugado bajo las reglas de la democracia cuando volvió a la presidencia en 2006 tras casi dos décadas como candidato opositor en Nicaragua y de perder tres elecciones consecutivas (frente a Violeta Chamorro en 1990, Arnoldo Alemán en 1996 y Enrique Bolaños en 2001). Al contrario, entonces comenzó una estrategia para desmantelar la de por sí frágil institucionalidad nicaragüense, apoyado en parte por la millonaria cooperación petrolera que llegaba de la Venezuela de Hugo Chávez, usada para amedrentar a la prensa independiente, comprar medios de comunicación, acallar las voces críticas y desarrollar una política clientelar para mantener el favor de los más pobres, bajo su lema “arriba los pobres del mundo”.
Su primera estrategia fue contra el periodismo, implementada por su esposa Rosario Murillo, hoy convertida en su vicepresidenta. El Gobierno controló las licencias de radio y televisión, ejerció presión económica contra los periódicos, a través de impuestos y otros tributos o poniendo trabas a la entrega del papel en las aduanas. Luego llegaron los grupos de choque, hordas fanatizadas financiadas por el Frente Sandinista, para amedrentar a opositores y reventar manifesta
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